Misa (hostias)

por favor, hablamos de panes y de multiplicar

El domingo pasado empezó todo.

Empezamos a ver el origen de una banca con objetivos que se esperaban nobles. Los de la Santa Madre Iglesia y su Vaticano.

Sigamos hablando del Banco Vaticano y sus inicios.

Nos quedamos en que de primeras, la Iglesia era muy purista y que (sin motivos basados en el libro sagrado) prefirieron evitar toda relación con el dinero y su movimiento entre carteras.

Le dieron la espalda a un componente muy humano: la economía.

Pero el dios Mammón no tardó en aparecer.

No muy lejos del Vaticano está Florencia.

Y allí es donde se gestó el incipiente negocio bancario. La acumulación de moneda empezó a ser elemento sustancial de la ostentación y, por consiguiente, del ejercicio del poder.

La cosa es que la banca estaba suponiendo una amenaza para el mercadeo que realizaba la Iglesia con sus diezmos (tierras, ganadería, sacramentos…), exportación de reliquias, venta de manuscritos, ajuares y otras vainas.

Y si no puedes con tu enemigo… ¿únete a él?

Pues en el siglo XV (y ante un descontrolado endeudamiento de las clases pobres) los Pacos, perdón, los franciscanos, pusieron en marcha una empresa financiera aparentemente más compatible con la doctrina.

Y llegaron… Los Montes de Piedad.

Los Montes de Piedad se encargaban de conceder préstamos a los más necesitados a cambio de ofrecer como garantía alguna posesión (los empeños).

Se proclamaban anti-usura y por eso en un inicio NO cobraban intereses.

En un inicio… luego ya… empezaron a cobrar algo: no más de un 2%.

Bien.

Pero amigo, Mammón ya vino a verlos. Y te lo hilo: El que es fiel en lo poco también lo será en lo mucho; y el que no es honrado en lo poco tampoco lo será en lo mucho. (Lucas 16:10)

Y fíjate si acierta el Lucas. Atente.

A comienzos de ese mismo siglo, Cosme de Médici (el banquero verdadero), estaba que no dormía por la amenaza de un infierno bien caliente.

Los banqueros (señalados por “usura”) eran pecadores dignos de fuego.

Preocupado por no obtener a su muerte un billete al paraíso, llegó a un acuerdo con el papá Eugenio IV. Eugenio, como aquel que diu, se hacía el sueco y no le diría nada a diosito a cambio de 10.000 florines (eso sí, destinados a la restauración de un convento).

Y así fue como la Iglesia encontró un nuevo filón: Los bulos, les bulas Papales.

Sí, la compraventa de redenciones, absoluciones y parcelas en el cielo.

La cosa se empieza a calentar, los lazos con la banca son cada vez más estrechos. Una nueva máquina de hacer dinero está apunto de nacer.

Pero si eso, para el próximo domingo con Clemente.

Que ya ha habido bastantes hostias.

Por cierto, puede ser un bulo pero lo de abajo te aleja del infierno financiero que cada día esta (y estará) más caliente.

Abajo (y algo más)

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